Por: Patricia Cortez
La verdad, vos, es que mi mamá era puta. Tenía un cuartito en la línea, a la Marianita y a mí siempre nos llevaba. Vos no la conociste, ¿vaa?, era mi hermanita, tenía dos años menos que yo.
El “sayco” dice que es bueno que la recuerde, que esas cosas me hacen fuerte.
Lo que te contaba pues vos, nos llevaba a su cuartito, porque no le gustaba dejarnos encerrados como hacían las otras. Cuando no se ocupaba jugaba con nosotros, nos leía cuentos, decía que antes de entrar a la escuela teníamos que aprender a pintar y otras babosadas de esas, si se ocupaba siempre había alguien que nos cuidaba.
Era bonita la pisada, tenía su pegue, había un viejo que llegaba en su carro, con chofer y todo. Mientras él estaba adentro el chofer nos dejaba entrar al carro, pero cuando salía hacía como que no sabía nada y nos sacaba la madre, entonces salíamos corriendo, como locos, por toda la línea; era bien alegre vos, en serio.
A mi madre tampoco la conocés, ¿vaa?, ella no está muerta, pero casi. Se puso loca cuando se murió la Marianita. La metieron al Federico Mora. Ahí está todavía, se cortó los brazos a saber cuántas veces, yo iba a verla, pero ya no voy, está bien loca la vieja, en serio.
¿Querés que te cuente como se murió mi hermanita? La verdad, no es una historia agradable, pero igual, el “sayco” me dice que es mejor contarlo, que deje ir ese asunto, y te juró que cada vez que lo hago se parece más a las historias de “Escuela para todos” que nos leía mi madre, por eso me gusta contarlo, para que se vaya volviendo un cuento.
Mi madre jura que no tuvo la culpa, que ella no se dio cuenta, que la drogaron. Solo recuerdo que yo estaba metido en el carro del viejo, un Mercedes negro, con asientos de cuero; la cosa es que me metí y no me fijé si la Mariana venía atrás. El chofer dejó que pusiera el radio, y luego él mismo subió el volumen. Después que pasó todo me quedé pensando que me dejó poner el radio para que no oyera lo que pasaba afuera; aun así, fue un grito de la Mariana lo que me hizo salir del carro. Gritó fuerte y se oyó adentro, después volvió a gritar, ahí supe que los gritos venían del cuarto. Yo me asusté, quería ir a ver, pero mi madre me pegaba si la interrumpía, de todas formas salí del carro y me puse a gritarle, pero ya se había callado.
Me metí al cuarto, con cuidado y agachado, para que no me vieran, y me encontré de golpe con los ojos en blanco de la Mariana, el viejo se la estaba cogiendo por detrás. Me asusté porque parecía muerta. ¿sabés? Yo había visto a mi madre coger con los clientes, ella gritaba, pero no se le ponían los ojos así. La Mariana tenía cuatro años y el viejo cerote la estaba destrozando.
Me emputé tanto que me le tiré encima, el viejo la soltó, la patoja cayó al suelo, la cabeza le tronó. Le salía tanta sangre de atrás que daba miedo. Le enterré las uñas al viejo. No te ríás cerote, que yo apenas tenía siete años, creo que lo mordí también. Mi madre se mataba de la risa, estaba bien peda, requeté peda, se reía al ver a la Marianita tirada en el piso, sangrando.
El viejo recogió a la niña y la metió a su carro, yo vi que todavía respiraba. Me puse a pegarle a mi mamá en la cara, para que reaccionara, después vinieron las viejas de los otros cuartos, le dieron café, y nada, ella seguía riéndose.
Hasta el día siguiente preguntó por la Mariana, le contamos y se puso histérica, lloraba y lloraba, se fue a buscar un teléfono para llamar al viejo, si vos, en esos tiempos no había tantos celulares.
El viejo le dijo que la Mariana estaba en el hospital, todavía la fuimos a ver, pero no había nada que hacer, nunca despertó. El doctor decía: “Mejor que se haya muerto, porque está destrozada por dentro”.
Hicieron que mi madre firmara un papel, para que nadie pudiera reclamarle al viejo, hasta los doctores se hicieron de la vista gorda.
El viejo cerote le dio pisto para pagar el entierro y la caja en donde la pusimos, bien lujosa era; puta, y pensar que la cerotía nunca tuvo ni una muñeca.
Después del entierro la vida cambio, la vieja se volvió loca, se encerró en el cuarto, se olvidó que yo existía, ya ni a la escuela me metió, por eso me escapé. Pasé un par de días vagando, hasta que conocí al “sayco”, quien me ayudó y me metió a la clica.
Cuando tengo que hacer un trabajo siempre pienso en la Marianita. Miro sus ojos en blanco, la sangre, y la cara del viejo cerote, eso miro en cada cliente.
No se acaba vos, el odio no se acaba, ni porque mate a todos los viejos cerotes de Guatemala, no se me olvida la cara de la Mariana, ni la risa de la loca cerota de mi madre.