El olvido marca un límite al pensamiento, apunta a un error que el deber exige subsanar. Y no sólo el deber, también el saber. Contra esto nos previene Alexander Sequén-Mónchez ¿Es que acaso se trata de alimentarnos de la carroña? De ninguna manera: lo que importa es separar, cuanto se pueda, las mentiras de las verdades; prevenir contra el olvido —la afección histórica a la que estamos propensos— y desenmascarar sus supuestas propiedades curativas. Hay que hacerlo si queremos superar esa persistente cadena de infortunios que, evidencia en mano, han inaugurado el siglo que se supone debiese ser el de la tan ansiada modernidad. [1]
Prevenir contra el olvido... ¿es que existen vacunas que nos eviten el contagio? Sí, las hay. Pero hay que buscarlas. Y leerlas. Y penetrar en ellas. Llama la atención que Alexander afirme que no hemos llegado a la modernidad cuando hay quienes, superando la posmodernidad, ya plantean que se deje atrás la posindustrialidad. En un país donde las relaciones sociales de producción aún tienen vestigios feudales, es tragicómico. Convengo con Alex en relación a nuestra realidad.
Hay quienes olvidan hasta el olvido. Y no es un simple juego de palabras. Han descubierto que el acto de olvidar tiene carácter de acontecimiento y, en tanto acontecimiento, es susceptible de anulación. Además, hay sucesos que muchos prefieren dejar en el olvido, estableciendo un acuerdo tácito entre un conglomerado humano y quienes escriben la historia. Lo terrible es que el acto de exclusión de la memoria colectiva es deliberado y consciente, sólo lo salva la poesía.
[1] Alexander Sequén-Monchez, El pulso de los bárbaros, Revista Diálogo,
p. 2, Nº 5, Año 3, Publicación de Flacso, junio de 2000.
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