lunes, 27 de septiembre de 2010

Respuesta

Cuando mi madre resultó embarazada de Gabrielito puso el grito en el cielo. Es que con Silvana, Miguel, Andrea, Virginia, y yo, tenía suficiente trabajo, sumado a la desidia de mi padre, mantenernos se le hacía difícil.

Virginia aún no estudiaba, Silvana, Miguel, Andrea y yo íbamos a la escuela, y ese septiembre me tocaba llevar la bandera, me sentía súper orgullosa, y me puse feliz cuando mi padre, en un arranque de responsabilidad, me compró los guantes blancos y la blusa nuevecita, con moña en el cuello, que me habían pedido. A mis zapatos negros les mandaron a cambiar de suela, el zapatero los dejó como nuevos. La falda todavía tenía bastante ruedo. Como el desfile iba a ser dentro de dos días, mi madre pasó esa noche arreglándole la orilla y haciéndole un remiendo invisible en medio de los paletones, para que no se notara una rasgadita que le hice jugando tenta cerca de un rosal, me iba a ver linda con mis colitas azules.

En la mañana, bien temprano, se levantó a planchar los uniformes, tenía cara de cansada, pero no se quejaba. Yo le ayudaba atendiendo a mis otros hermanos, principalmente a Gabrielito, quien tenía ocho días de haber nacido. Planchando estaba, cuando de repente se fue la luz. Mi madre pegó un grito, y dijo: "Es una fregadera, tan cara que la cobran y nunca funciona”, y se fue para el patio a buscar una reliquia que le había dejado mi bisabuela, a la que recurría cada vez que se iba la luz, o cuando nos la cortaban por falta de pago.

Miguel y Andrea la miraban, con la boca abierta, mientras levantaba la palanca de gallito y llenaba de carbón
la plancha, que luego encendía con un trocito de ocote, después agarró un soplador y lo agitó con fuerza. De la plancha salieron chispitas, y el olor a ocote llenó el cuarto, la colocó sobre un soporte de metal, para que las brasas se acomodaran y se calentara lo suficiente para poder usarla.

Minutos después tomó la plancha con un trapo, para no quemarse, y comenzó con el pantalón de Miguel y las faldas de Andrea y Silvana, dejó las blusas para el final, cuando la plancha se hubiera enfriado un poco.

El zumbido de la refrigeradora nos anunció que la luz había vuelto. La plancha eléctrica chisporroteó, pues se había quedado conectada y ahora estaba con el cable derretido, pegado a la de carbón.

“Mierda”, dijo mi madre. Me asusté porque nunca había oído que dijera una palabrota. Revisó la plancha arruinada y alejó a los niños para que no se quemaran, mientras sacaba la mitad del cable del enchufe, todos nos reímos, hasta a Gabrielito se le dibujó una sonrisa.

Sonó el timbre y mi madre salió a atender, mientras seguía diciendo malas palabras en voz baja.

—Señora, traigo planchas a crédito, ollas de presión, colchas de seda, ¿quiere ver?"

Mi madre siempre despedía a los vendedores con un: "Tal vez ahora no", pero esta vez se le encendió la mirada y tomó aquella plancha de vapor, nuevecita. La sacó de la caja y se le quedó viendo, luego preguntó cuánto costaba y le dijo al señor: "¿No me la puede dejar para que la vea mi esposo y mañana le digo si la compro?". El hombre le dijo que estaba bien y dejó la plancha. Inmediatamente mi madre sacó al patio la de carbón y le roció agua, luego conectó la nueva y me dijo: "Que bueno que vino ese señor, con la plancha de carbón iba a quemar tu banda de abanderada y la blusa nueva, mirá que es de dacrón de Seda".

Una hora más tarde había terminado de planchar todo. Mi padre no vino a cenar. Yo me preguntaba que iba a pasar con la plancha bonita.

Al día siguiente fuimos al desfile. Me tomaron fotos, de esas que se revelan en el ratito, mi padre las compró, luego desapareció, por lo que regresamos a almorzar sin él.



Como a las cuatro de la tarde apareció el señor, mi madre estaba descansando pero ya me había dicho que decirle. Le entregué la caja con la plancha adentro y le dije: "Dice mi mamá que siempre no le va a agarrar la plancha, que tal vez otro día, y que muchas gracias".
Patricia Cortéz

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