lunes, 25 de octubre de 2010

Literatura bonita

Una esclava liberada narra la historia de cuando fue violada y torturada por dos hombres, dice que le dejaron la espalda marcada, tanto así que parece un árbol de cerezas en floración y que, además, bebieron de su leche. Una mujer cuenta sobre su padre y como este violó a una mujer en un campo de nabos. Mientras se construye un monasterio, una piedra de mármol cae y mata a veintiún obreros. Una madrastra abusa de su hijastro de 14 años y lo justifica diciendo que fue él quien la sedujo. Un adolescente, hijo de madre feminista, atenta contra su propia vida y queda ciego, usa su ceguera para cobrarle a la madre su falta de atención.

No se trata de la última edición de “la Extra”, ni del “muerto diario”, y las historias completas son más provocadoras y fuertes que esos extractos. Toni Morrison; Herta Müller; José Saramago; Mario Vargas Llosa; Doris Lessing; una lista de premios Nobel recientes y su enfoque es todo menos “bonito”; es literatura cruda como la vida, en donde no hay princesas, ni cuentos de hadas, mucho menos finales felices; no hay moralismos, ni “mensajes de superación”, y los logros también chocan con la naturaleza humana, que no es perfecta y no se guía por “valores universales”, ni sueños de humanidades perfectas.

Hace un tiempo, un bloguero, que escribe cuentos y anécdotas, vio disminuida su convocatoria debido a que sus últimos relatos eran: “demasiado sangrientos” y “no lo hacían sentir bien a uno”, dijeron los comentaristas.

Esa necesidad de escape siempre ha estado presente en los lectores y siempre han existido escritores que llenan el espacio con relatos “edificantes”, llenos de moralismos, juicios de valor e imágenes idílicas, graciosas, sin complicaciones, que no necesitan meditarse, ni comprenderse.
Otra vía de escape son las mitologías y las historias fantásticas, narraciones en donde se cubre la humanidad de los personajes con trajes de divinidades, o monstruos, que hacen posible “tomar distancia”: Zeus, Odin y Yahvé pueden ser crueles y asesinos, pero al final, son dioses.

La venta creciente de “best sellers”, tipo Coelho; o relatos románticos de vampiros vegetarianos enamorados, refleja ese gusto por la literatura “bonita”, o “edificante”, que “refleje los valores universales del amor y la esperanza”. “Si queremos sangre, leemos periódicos”, dice un lector enfurecido, quien anhela relatos dulces, tiernos, que provoquen un: “ah, que lindo”; y que le dejen un buen sabor de boca por el resto del día. Un mundo donde los malos son malos y los buenos son buenos, sin tonos grises.

En la cinematografía, lugar a donde se han ido los ex-lectores ávidos de imágenes pre-digeridas, las películas más populares muestran realidades disfrazadas: los pueblos tribales despojados de su tierra se convierten en alienígenas azules; la cantidad de sangre y balas de las películas de acción son exageradas, lo que permite saber interiormente que “eso no es posible”; la sangre atrae cuando es falsa, tan evidente como salsa de tomate; y pocos acuden a ver dramas humanos que hacen pensar o reflejan la podrida realidad en que vivimos.

Para mí, la literatura no debe ser bonita y el mérito de los recientes premios Nobel ha sido reflejar la realidad, partiendo desde su ideología, y su visión del mundo, sin convertirse en predicadores o hacedores de panfletos moralistas. Su literatura genera incomodidad, no da mensajes pre- digeridos, permite juzgar desde la propia vivencia, no intenta sentar cátedra o pararse en el púlpito y castigar a los pecadores; la ideología propia subyace en el texto y pocas veces se esgrime desde el frente del texto.

Probablemente no sea literatura recreativa y no genere esa sensación de piedad y “conexión con el universo”, pero abre la vista a mundos distintos, y tan similares al nuestro.

Patricia Cortez

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